Mateo caminaba por los viejos pasillos de la casa. La madera crujía bajo sus pies y tan solo estaba alumbrado por la tenue luz de su linterna. Eran las doce de la noche y había recibido una llamada de esa misma casa en comisaría. Cuando descolgó el teléfono solo escuchó respiraciones débiles y pausadas. En ese momento le pareció buena idea ir hasta el lugar de donde procedía, pero ahora le parecía una pérdida de tiempo.
Continuó caminando hasta que llegó a lo que parecía ser el salón, decorado al estilo del siglo XIX, podía distinguir dos puertas al fondo. Recorrió con la linterna todo el espacio y al no ver nada se dispuso a irse. Allí no había nadie, pero de pronto advirtió que se encendía una luz. Había alguien en la casa.
Se giró rápidamente empuñando con la mano derecha su arma y con la izquierda su linterna. La luz se apagó y un poco más calmado, con el presentimiento de que tan solo había sido un fallo en el cableado, se dio nuevamente la vuelta.
-Tu corazón late rápido- Dijo alguien con la voz suave, aquello lo tensó y apuntó con la linterna a la susodicha.
Tan solo se distinguía un viejo vestido blanco, una larga melena castaña sucia y enmarañada, por último unas manos, en las cuales parecía que tenía los nudillos ensangrentados.
-¿No te acuerdas de mí Mateo?- Dijo cambiando su voz por una más cínica.- Después de todo lo que hemos pasado- Habló con sollozos.
-¿Ma-Marta?- Preguntó el chico sorprendido y a la vez asustado. La chica levantó la vista, y Mateo se fijo en sus ojos, eran completamente blancos, no tenía pupilas.
-La misma- Dijo acercándose.
-Pero tú estás muerta- Dijo en su último susurro antes de que la chica se abalanzase sobre él, desgarrándole el cuello.
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