De vez en cuando te encuentras obligada a mostrarte feliz
De capturar la ingenuidad y atrapar los instantes gozosos como luciérnagas en un frasco de mermelada, de salvaguardar los momentos contenidos en un corazón pequeño, de atesorar algo tan diminuto como para meterlo en una caja de zapatos y ocultarlo bajo la cama.
Pasando un tiempo prudente, solo entonces y atendiendo a las prescripciones necesarias, estarías dispuesta a sacarlo para que lo viesen los demás.
Te permites expresarlo pero ya no con la frescura de la felicidad cuando es demostrada a tiempo. Está pasada y en ocasiones caduca.
No obstante, te lo untas como si fuese una crema suntuosa y cara. Finges y presumes mantener una sonrisa de oreja a oreja.
En días como esos, en los que resulta más una necesidad que un gusto.
En los que reanimas ese recuerdo, como aquél mendrugo que satisface por un rato.
Te sale bien y reproduces una y otra vez dicha sonrisa.
Si supieran cuántas veces sonríes de verdad.
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